Novela interactiva. Capítulo 6

El laboratorio

Cloe estaba revisando el diario en la intimidad de su habitación. Habían decidido que, para evitar que alguien los descubriera, se iban a turnar su custodia y esta semana le tocaba a ella.

Lo trataba con el cuidado que se merece cualquier objeto antiguo, pero, además, con la veneración que sólo una gran lectora como ella podría mostrar hacia un libro. Estudiaba sus palabras con interés y observaba los dibujos con ojos vivos, analizando cada detalle.

Le encantaba este libro. Contaba la historia de los arkalianos, su modo de vida y su obsesión por el estudio.

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«Eso era lo que les hacía tan especiales», pensó Cloe. «Querían encontrar respuestas, comprender el mundo que les rodeaba. Esa es la clave de la evolución».

Entre sus descubrimientos científicos, mencionaban algo llamado Nimriel, un metal que habían descubierto mezclando varios minerales encontrados en tierras lejanas, lo cual decía mucho sobre ellos.

Que una civilización tan antigua hubiera viajado largas distancias era todo un logro y demostraba su interés por el conocimiento.

A lo largo de varias páginas, en el diario se explicaba cómo los arkalianos habían utilizado ese metal para fabricar un artefacto esférico. Una especie de bola dorada que, al parecer, tenía propiedades únicas.

Según daban a entender, este invento había supuesto un cambio en su modo de entender el mundo.

Cloe no sabía qué era exactamente esa extraña bola, pero sí estaba segura de algo:  

Se había tratado de un descubrimiento muy importante.

 

En una de sus páginas, aparecía una ilustración de un matraz con una especie de líquido dorado en su interior y bajo el que habían escrito la palabra Nimriel.

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De repente, Cloe tuvo una idea. Saltó de la cama y salió corriendo hasta el salón de su casa, donde cogió el teléfono para llamar a sus amigos. Tenía algo que decirles.

Al día siguiente, los niños fueron al colegio con un plan: debían ir al laboratorio.

No había mejor lugar en el colegio donde pudieran realizarse experimentos científicos.

Al entrar en la sala encontraron a la maestra Lucía sentada en su mesa, preparando las clases. 

Ya contaban con eso.

—¿Qué hacéis aquí chicos?

—Hola, seño. Te estábamos buscando, queríamos contarte nuestros avances en el proyecto que estamos haciendo para la clase de ciencias —dijo Carlos siguiendo el plan.

—¿El de Arkailon? —preguntó interesada—. Adelante, ¿qué habéis descubierto?

—Después de hablar con nuestros abuelos y de investigar por el pueblo, hemos llegado a la conclusión de que era una civilización muy adelantada para su tiempo. 

—Interesante, y ¿qué os ha llevado a pensar eso?

—Las ruinas encontradas en Isla Sombra fueron edificios impresionantes para la época. Además, se han encontrado en ellos influencias de la arquitectura egipcia, griega y romana. Es muy probable que los arkalianos hubieran estado en contacto con esas civilizaciones.

—Esa es una deducción muy inteligente para niños de vuestra edad —los miraba con la misma sorpresa con la que uno miraría a un perro resolviendo un cubo de Rubik. 

Se habían ganado su confianza.

—Estáis en lo cierto —añadió—, recientemente he tenido acceso a información privilegiada sobre ellos… —dijo más para sí misma que para los niños—. Arkailon poseía uno de los mayores puertos de la época, desde donde salían barcos que les permitían viajar a otras partes del mundo. Estoy orgullosa de vosotros, chicos.

—Gracias —contestó Victoria con las mejillas sonrojadas.

—¿Te importa si nos quedamos aquí para seguir trabajando en nuestro proyecto? —preguntó Carlos tratando de sonar casual —. La biblioteca está llena.

—Está bien —cedió—. Aunque yo tengo que irme a vigilar en el patio. No toquéis nada ¿de acuerdo? Confío en vosotros.

—No te preocupes, cuidaremos bien del laboratorio —dijo Cloe.

Una vez se hubo ido, Teo corrió hasta la puerta para asegurarse de que la profesora se alejaba antes de poner en práctica su plan, pero descubrió que se había parado en el pasillo para charlar con su compañera Adela.

Con gestos, hizo señas a sus amigos para que se acercaran a escuchar la conversación.

«Ni una pista de quién pudo robar el mapa de la biblioteca —estaba diciendo Adela—. Pero está claro que los niños no han sido, creo que hay alguien de fuera detrás del secreto».

«Tendremos que andarnos con ojo, yo también pienso que esto es cosa de adultos. Por cierto, hace un momento he estado hablando con Victoria, Teo, Carlos y Cloe. Unos niños muy inteligentes y despiertos —contestó Lucía.»

«Estoy de acuerdo. Recuerda lo que dijo la directora, tan solo podemos confiar en los niños, al fin y al cabo, ellos son el futuro —reflexionó—. Bueno cambiando de tema, ¿sabes quién nos ha hecho una visita sorpresa? Santiago, el antiguo conserje».

«¿No me digas? Qué alegría, lo echo tanto de menos que el otro día me pareció verlo caminando por este mismo pasillo, como solía hacer —dijo Lucía—. Vamos a saludarlo».

Charlando amigablemente, las dos maestras se alejaron por el pasillo.

—¿Veis? —dijo Cloe—. Os dije que alguien había cogido el mapa.

—¿Quién habrá sido?

—Bueno, ya pensaremos en eso en otro momento —los cortó Carlos—. No disponemos de mucho tiempo. Debemos ponernos manos a la obra antes de que venga algún profesor, ya sabéis lo que tenéis que hacer —ordenó.

Como habían acordado, comenzaron a buscar por la sala, revisando con atención todos los metales y minerales que había en el laboratorio.

Buscaron dentro de los armarios y en las estanterías, mirando en cada recipiente. Analizaron el material del que estaban hechos los botes y frascos, pero nada. Ni rastro de la sustancia que habían visto en el dibujo del diario. Nada de lo que había allí tenía pinta de ser arkaliano.

—Pensándolo bien, no creo que los profesores sean tan ingenuos como para dejar Nimriel a la vista de todos —dijo Cloe—. Suponiendo que tengan.

—Lo mismo no saben ni lo que es —insinuó Teo.

—Chicos tenéis que ver esto —los llamó Victoria.

Se encontraba absorta en un cuadro enorme que había en uno de los muros del laboratorio.

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—Fijaos en el centro de la puerta, alguien ha tallado las iniciales CS —les dijo cuando todos se habían acercado.

—Otra vez —dijo Teo—. Más acertijos.

Acostumbrados ya a resolver enigmas, los niños comenzaron a analizar el cuadro de arriba abajo.

 

 

—¡Aquí! —gritó Carlos señalando un lateral del marco—. Hay un código de seguridad.

—¡Guay! Esto no es un cuadro —aseguró Teo—. Es una puerta.

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Ayuda a los niños a encontrar el código para abrir la puerta.

Si te gusta esta historia interactiva para niños quizá te interese recordar algún detalle.

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