Novela interactiva. Capítulo 7

El ático de la señora Amelia

El día había amanecido lluvioso aquella mañana de finales de otoño. El olor a lluvia impregnaba el ambiente en los jardines del colegio. Ese aroma único y fresco que se desprende del contacto del agua con la tierra y las plantas. Un olor maravilloso el de la hierba mojada.

Carlos, Cloe, Victoria y Teo atravesaban los jardines entusiasmados, en dirección al laboratorio.

Jamás en toda su vida habían vivido una experiencia tan emocionante como aquella. Se sentían como auténticos detectives al acecho de nuevas pistas que les llevaran a resolver el misterio del colegio Aula Magna.

En el diario del Círculo Secreto se hacían continuas referencias al Nimriel, describiéndolo como un metal mágico. Con él, los arkalianos habían fabricado un objeto circular que les había otorgado unos poderes increíbles. El grupo de amigos no sabía de qué poderes se trataba,

pero estaban dispuestos a descubrirlo.

Después de haber encontrado las instrucciones sobre cómo fabricar Nimriel, habían puesto toda su atención en esta tarea, ilusionados por el resultado que pudieran obtener.

—A ver —dijo Cloe abriendo el cuaderno de investigación—. Entonces para fabricar Nimriel necesitamos: shattuckita, oricalco y electrum.

—¿Estás segura de que esos son nombres de mineral? —repuso Teo—. Más bien parecen nombres de Transformers…

—Además, no va a ser fácil —añadió Victoria—. ¿Cómo podríamos conseguirlos? No creo que los encontremos paseando por el campo.

—¿Sabéis qué se me está ocurriendo? —dijo Carlos—. Deberíamos hablar con la señora Amelia, mi vecina. Ella viaja muchísimo y tiene una colección de minerales de todos sus viajes. Siempre que vamos de visita a su casa se pasa un rato dándome la vara con su colección…

—Buena idea, Carlos. No perdemos nada por intentarlo —dijo Teo.

La señora Amelia era a todas luces una mujer especial. No se parecía en nada a una de esas abuelitas de cuento que llevan un chal de lana y cuentan cuentos sentadas en una mecedora delante de la chimenea, eso desde luego.
Amelia, tenía la piel bronceada por el contacto con el sol, vestía con pañuelos de colores y zapatillas deportivas y, a pesar de tener el pelo corto y canoso, se había colocado una trenza roja y larga en la parte trasera de su cabello, a modo de adorno.

Su casa estaba plagada de fotos y recuerdos de sus viajes por todo el mundo.

—Interesante —dijo cuando los niños le hubieron contado lo que estaban buscando—. Durante mis viajes he tenido la oportunidad de recopilar objetos de todo tipo, tengo tantos, que hace años comencé a guardarlos en el ático por falta de espacio.

—¡Estupendo! —exclamó Carlos sin poder contenerse—. Entonces, ¿tienes los minerales que necesitamos?

—Creo que tengo Shattuckita de mi último viaje al norte de Irak, que forma parte de lo que un día fue conocido como Mesopotamia. Se me está ocurriendo algo —dijo frunciendo el ceño y arrugando la nariz—. Sí, volved de nuevo esta tarde. Si me demostráis que sois dignos, os la regalaré.

Extrañados, los niños hicieron lo que les había pedido.

Unas horas más tarde volvieron a la casa, donde descubrieron que Amelia les había preparado un desafío.

—Hoy he preparado una búsqueda del tesoro para que descubráis el mineral por vosotros mismos—les dijo Amelia entregándoles un antiguo diario de viaje—. Como os dije, si sois capaces de encontrarlo, será todo vuestro.

Y sin más, se alejó, dejándolos solos en la sala de estar con el sonido de fondo de la tormenta, que cada vez era más fuerte en el exterior.

 Entre las páginas del diario había un mensaje que ponía:

“Cuando el tiempo se reactive, la luz revelará el camino. Seguid la pista del reloj que se detuvo.”

 

 

Intrigados, los niños se dirigieron al gran reloj de la entrada. Efectivamente ese reloj no funcionaba. Al revisarlo, descubrieron un botón oculto en su parte trasera que por supuesto presionaron y el reloj comenzó a funcionar. De repente, se abrió un compartimento secreto en su interior, revelando una llave antigua y una nota que decía:

Reloj-fomento-lectura-niños

“La llave abre el camino al santuario de los recuerdos.”

—El santuario de los recuerdos —susurró Cloe—. ¿Creéis que se trata del ático? Amelia dijo que desde hace años está guardando los objetos de sus viajes allí.

—Es probable —dijo Victoria—. Vamos a probar.

La puerta del ático estaba en la parte trasera de la casa, junto a un estante lleno de libros y recuerdos. Al abrirla, los niños encontraron una escalera que conducía hacia aquel lugar oscuro y polvoriento que parecía un laberinto de cajas, muebles antiguos y recuerdos de otros tiempos.

Amelia había marcado tres zonas en el suelo con símbolos dibujados en cada una de ellas. El juego había comenzado.

Siguiendo las pistas y superando cada enigma, los niños se encaminaron hacia un rincón apartado del ático. Allí, tras iluminar con las linternas el lugar, descubrieron una pequeña caja de madera tallada. Con la llave obtenida en el reloj, consiguieron abrirla y encontraron en su interior, resplandeciente y misteriosa, la shattuckita, una piedra azulada que emitía un leve resplandor.

Shattuckita-fomento-lectura-niños
En ese instante, el ático se llenó de una sensación de triunfo y camaradería. Tenían el primer mineral que necesitaban y era maravilloso.

—Ya solo faltan dos —dijo Teo con voz entrecortada.

Si quieres saber cómo continúa la historia ¡no desesperes!

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Y si te gustan las historias de misterio como esta, quizá te interesen Las Crónicas De la Torre, de Laura Gallego. Te dejo la reseña de sus libros AQUÍ

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